Mente en constante formación

24.06.2014 17:10
Ya sabemos los que somos educadores de vocación que en una escuela somos maestr@s, guías, enfermer@s, madres y padres, decoradores, psicólog@s, am@s de “aula@... Pero muy a menudo se abusa de esa polivalencia y nos hacen olvidar nuestra función más importante, la de mediadores y animadores del juego del niñ@. Porque lo primero es jugar. Solemos tener tantas tareas pendientes que apenas nos queda tiempo de jugar con ell@s, de observar su juego, solo lo cuidamos desde fuera, sin adentrarnos en él, sin vivirlo junto a ell@s. Programar, limpiar, ordenar, planificar reuniones, evaluar no solo a nuestros alumnos sino también espacios, tiempos, otros equipos y aulas, actividades... Parece que cuando jugamos y observamos a los pequeños estamos en un tiempo muerto, que no sirve para nada y que no sale rentable.
 
Muchas veces me pregunto: ¿para quién trabajamos? ¿qué nos piden aquellos para los que trabajamos? Lo primordial y la base de nuestro trabajo son ell@s, esos locos bajitos (y no tan bajitos) que día a día nos dan lecciones de vida. En mi opinión observar su juego y vivirlo en primera persona nos da la clave para realizar todo lo demás, que por supuesto es importante en nuestra labor pero no urgente ni principal.
 
Crecemos en un mundo que no juega ni manifiesta emoción alguna de forma espontánea ni sin prejuicios. Nos lanzamos a criticar que nuestros niños son tiranos, que están deshumanizados y que no saben jugar solos. Los niños aprenden de nosotros, de lo que observan a su alrededor. Aprendemos los unos de los otros y el sistema de valores no se aprende de la noche a la mañana, ni mucho menos se desaprende.
 
Hemos llegado a un punto en que queremos mayor inmediatez en la vida que la propia de la psicología infantil puede admitir pero sin embargo no disfrutamos de las cosas en el momento presente ni tampoco reflexionamos sobre ellas. Siempre estamos pensando en el futuro sin vivir el presente ni tener memoria del pasado. Queremos mucho pero no damos nada. No paramos ni un segundo para verlos crecer siquiera, no jugamos con ellos pero creemos conocerles a la perfección dándoles cosas que pensamos necesitan aunque no nos lo hayan pedido.
Hemos perdido el hábito de escuchar en silencio, de observar gestos, actitudes y juegos y solo nos dedicamos a ver y a oir, sin integrar que es aquello que vemos y/o oímos.
Tenemos miedo al que dirán, a ser diferentes y a no encajar en la sociedad.
 
Eso no es lo que los niños nos piden y quieren. No tienen porque tener miedo a ser diferentes ni a no encajar en la sociedad, no han de pedir y pedir para ser aceptados. Pueden aportar muchas más cosas al grupo de las que creemos. Porque somos seres sociales y nunca hemos dejado de serlo, porque nos gusta relacionarnos con los demás, interactuar, copiar y desarrollar nuevas ideas. Porque nos importan los demás y en todo les tenemos presentes. Porque eso es parte del juego y nos gustaría hacerlo como lo hacen los niños, con espontaneidad y naturalidad, sin miedo a juicios ni a críticas negativas. Porque los niños son los mejores maestros y los que pueden darnos las mejores pistas para poder avanzar y crecer como una sociedad con valores capaz de salir adelante ante los cambios que irremediablemente suceden en la vida.